La necesidad de una nueva forma de educar

Uno de los innumerables cuestionamientos a la educación tradicional, es su origen y modelo planificado para una sociedad plenamente industrializada, cuyo objetivo es formar a las personas desde sus primeros años de vida para insertarlos en un mundo laboral en el que puedan desempeñarse productivamente, auto incentivándose la satisfacción de necesidades “vitales” como alcanzar un trabajo bien remunerado, propiedades o bienes materiales u otras motivaciones que les suponen un buen vivir. Ya lo decía el ilustre psiquiatra y escritor chileno Claudio Naranjo que, “la misión inconfesada de la educación es reproducir seres iguales”, lo que va eliminando a nuestro niño interior, desnaturaliza nuestros procesos de aprendizaje, y nos crea bajo un estándar de normalidad bastante cuestionable, el cual, gatilla un estado de salud mental en constante deterioro.

Los denominados “determinantes sociales”, que claramente tienen incidencia en la salud mental de las personas, no parecen ser un aspecto al cual se busca fortalecer para mejorar la calidad de vida de las personas. Siendo la educación, un elemento sustancial de estos determinantes, en el que aún prevalece un modelo blando, centrado en el desarrollo cognitivo, por sobre el desarrollo socioemocional, el que sería la base de nuestro desarrollo global como personas. “De poco sirve que un niño sepa colocar a Neptuno en el universo, si no sabe donde colocar su tristeza”, menciona el educador José María Toro.

Y es que, aprender a lidiar con nuestras emociones es imperativo para lograr éxito en la vida, permitiéndonos tolerar la frustración, superar adversidades y mejorar nuestras capacidades personales integralmente, pero, para eso, la educación debe sentar las bases.

Las ciencias que estudian el órgano más complejo de nuestro cuerpo como lo es el cerebro, indican que debemos aprender al mismo tiempo que sentimos emociones y/o sensaciones placenteras, lo que potenciará la adquisición de aprendizajes y habilidades, es decir, jugando y siempre acompañado de movimiento.

La educación tradicional y su ambiente estático, en el cual los y las estudiantes están sentados por largas jornadas, sin mayor actividad, hace que nuestro cerebro empiece a estresarse, en vez de aprender, generando un desgaste y desmotivación en niños y niñas, hasta el punto de perder el gusto por asistir al colegio, es decir, eliminamos al niño interior. La psicomotricidad se transforma en una disciplina que debiese formar parte de cada proceso de enseñanza en todas las escuelas, transmitiendo la contención afectiva necesaria para conectarnos verdaderamente con la mente de los(as) infantes y la satisfacción completa de sus necesidades.

La Organización Mundial de la Salud ha compilados estudios que demuestran la incidencia del movimiento en favor del desarrollo de aprendizajes y el rendimiento académico, donde se ejemplifica sencillamente como un niño que solo aprenderá de manera significativa, si se interesa en lo que presentamos, se divierte y se mueve al mismo tiempo.

Pavel Andrés Ferrada Reyes

Psicólogo educacional

Psicólogo y Encargado de Convivencia Escolar del Colegio Veinte de Agosto de Chillán Viejo, Región de Ñuble, Chile.

Contacto: Pavel.ferrada@hotmail.com

Instagram: Revolución emocional (@rev.emocional)